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“Con dolor constatamos hoy en día que la sombra de muerte del aborto pretende envolvernos en el Perú”, señala Arzobispo de Piura

EGUREN Con dolor constatamos hoy en día que la sombra de muerte del aborto pretende envolvernos en el Perú, señala Arzobispo de PiuraMons. José Antonio Eguren, Arzobispo de Piura y Presidente de la Comisión Episcopal de Familia y Defensa de la Vida, pronunció una  clara y directa homilía en la Misa por los Santo Inocentes, la cual en su arquidiócesis, la ha dedicado a rezar por el drama de los niños que mueren producto del aborto.

Aquí transcribimos las partes más saltantes de su homilía:

El día de hoy 28 de diciembre, dentro de la Octava de Navidad celebramos la Fiesta de los Santos Mártires Inocentes, fiesta que nos recuerda el sacrificio de aquellos niños que son asesinados por el rey Herodes. Nos narra el Evangelio que “al verse burlado por los Magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los Magos” (Mt 2, 16). Sabemos bien que Herodes era un rey cruel y despiadado, un déspota suspicaz que veía por doquier traición, hostilidad y amenaza a su poder terrenal. Prueba de ello es que incluso había ajusticiado nada menos que a dos de sus propios hijos, Alejandro y Aristóbulo, porque presentía que ellos eran una amenaza para su trono. Herodes es el prototipo del hombre que sólo piensa y vive en categorías de poder, dominio, opresión, despotismo, abuso y explotación de los demás.

También en nuestros días, como en los días de Jesús, hay inocentes que padecen por la arbitrariedad egoísta de algunos poderosos. Son los “Herodes” modernos. Dentro de estos inocentes que sufren están los niños por nacer abortados, es decir los concebidos no nacidos asesinados por el crimen abominable del aborto. Hoy nos hemos reunido para ofrecer esta Santa Misa por los niños y niñas abortados en Piura y Tumbes durante el año que en estos días concluye. Son los nuevos “mártires inocentes”.

En un campo santo latinoamericano, hay una conmovedora placa con el siguiente título: “A la Memoria de los Niños asesinados antes de Nacer”.

En dicha placa se puede leer el siguiente estremecedor mensaje que me permito compartir con todos ustedes:

“Nos mataron porque dijeron que estábamos de más, como Herodes consideró que Jesús estaba de sobra. Nadie nos pudo defender. Todo fue en el silencio del vientre de nuestras madres. Nos despedazaron, nos ahogaron, nos envenenaron con la frialdad de un verdugo. Por nuestra muerte se pagó dinero, precio de sangre como el que recibió Judas. Botaron a la basura los pedazos de nuestros pequeños cuerpos o los quemaron en un incinerador para que no quedara rastro de nuestro asesinato. Ni siquiera tuvimos una sepultura o una lápida. No llegamos a tener nombre. Sólo somos parte de un número macabro de varias decenas de millones cada año. Colaboraron en nuestra muerte poderosos de este mundo. Algunos que habían jurado respetar la vida e incluso nuestros propios padres. Que nuestro grito salve a otros niños”.

En mi reciente Exhortación Pastoral por Navidad les escribía a todos ustedes, que el nacimiento de Cristo nos ayuda a tomar conciencia del valor de la vida humana, de la vida de todo ser humano desde su primer instante, con la concepción, hasta su ocaso natural, con la muerte: “La Encarnación es la presencia de Dios en el mundo y la Fe nos enseña en primer lugar que el Hijo de Dios se hizo embrión, y este misterio es una ocasión inmejorable para entender la gran enseñanza del Concilio Vaticano II: Cristo manifiesta plenamente el Hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su dignidad y vocación. Mirando a la Virgen, que lleva a Jesús en su seno, vemos que allí donde hubiera podido cometerse un homicidio, se hubiera podido consumar un deicidio. ¿Qué mayor prueba que ésta, de que la vida humana es un don sagrado que siempre debe ser respetada y acogida desde la concepción hasta su fin natural? En el misterio de Dios encarnado comprendemos mejor la sacralidad de la vida humana: si bien ella ha sido originada por nosotros, no proviene sólo de nosotros, sino de Dios. Que la Navidad sea ocasión para reafirmar un Sí a la Vida por Nacer y un No rotundo al crimen del aborto”.

En su reciente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2013, el Santo Padre Benedicto XVI nos advierte contra el gran mal que significa la liberalización del aborto y se opone firmemente a reglamentar este falso derecho o libertad que amenaza el derecho fundamental a la vida, mediante leyes, sentencias judiciales, convenciones internacionales, planes nacionales, o decretos supremos inicuos, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano.

Con voz profética el Papa dice que el aborto es una herida para la paz: “Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen por ejemplo la liberalización del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria…La muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrá traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente”.

De otro lado hay que afirmar con claridad que el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida desde su concepción, no es una verdad de fe, y por tanto un asunto simplemente confesional, aunque reciba de la fe una nueva luz y confirmación. Este derecho está inscrito en la misma naturaleza humana, y por tanto se puede conocer por la razón y es común a toda la humanidad. Por consiguiente cuando afirmamos que la vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción, desde el primer momento de la existencia, estamos hablando de un asunto de humanidad. Si la Iglesia hace suya la causa de los niños por nacer, si Ella se hace la voz de los que no tienen voz pero sí el derecho intocable a la vida, es porque “el hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia”y porque nada de lo humano le es ajeno al Evangelio que Ella anuncia por mandato de su Señor. La Iglesia no puede abandonar jamás a la persona humana.

Con dolor constatamos hoy en día que la sombra de muerte del aborto pretende envolvernos en el Perú y en nuestro Continente Latinoamericano.

Unos pocos, los poderosos de hoy, los nuevos Herodes, quieren imponernos su ideología de muerte que es totalmente ajena al sentir de la inmensa mayoría de nuestros pueblos, amantes de la vida y dispuestos a acoger, defender y promover la vida humana. No permitamos que unos cuantos políticos y juristas oportunistas, en alianza con organizaciones abortistas que poseen mucho poder económico, cambien las leyes de nuestra Patria y legalicen el aborto en el Perú. Hoy en día, hay que decirlo una y otra vez: un ser humano por nacer es tan digno de vivir y de ser amado, de ser protegido y defendido, como lo es un recién nacido; como lo es ese niño que muchas de ustedes mamás lleven en sus brazos y que me acercan al final de la Misa para que los bendiga. Por ello esta noche vuelvo a reiterar lo que tantas veces como Pastor de la Iglesia que peregrina en Piura y Tumbes he manifestado: ¡No al aborto! ¡No más abortos! ¡Nunca el aborto! El aborto no puede ser nunca un derecho humano. Es exactamente lo opuesto.

En esta noche, además de orar por los niños y niñas abortados en el año 2012, queremos pedir al Señor por la conversión de todos aquellos que directa o indirectamente han procurado un aborto. Pedir también por la conversión de aquellos que traman una y otra vez con insidia e intriga la despenalización y la legalización del aborto en el Perú. Recemos también esta noche para que el aborto nunca sea aprobado en nuestra Patria.

Mi llamado a la clase política nacional. La apertura y defensa de la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Incluyamos en nuestros planes políticos, sociales, culturales y económicos al niño por nacer y junto con él a la familia, célula primera y vital de la sociedad, patrimonio de la humanidad. Ninguna otra institución puede sustituir a la familia. Sólo así la inclusión social de la que hoy tanto se habla, será verdadera y podremos darle a nuestro futuro un rostro verdaderamente humano.

Mi llamado a todos ustedes, a que sean con su oración, con su palabra y con su acción decidida, apóstoles del Evangelio de la Vida. Esta “Buena Nueva” está en el centro del mensaje de Jesús y tiene que ser anunciada con intrépida fidelidad y valor a los hombres de hoy. Es necesario hacer llegar el Evangelio de la Vida al corazón de cada hombre y mujer de nuestro tiempo e introducirlo en lo más recóndito de toda la sociedad. Ello supone proclamar que: “La vida humana, don precioso de Dios, es sagrada e inviolable, y por esto, en particular, son absolutamente inaceptables el aborto procurado y la eutanasia; la vida del hombre no sólo no debe ser suprimida, sino que debe ser protegida con todo cuidado amoroso”. Para ser verdaderamente un pueblo al servicio del Evangelio de la Vida, propongamos con constancia y valentía la defensa de la vida humana y de su dignidad desde el primer anuncio del Evangelio con el kerigma, pero también en la catequesis, en la predicación, en el diálogo personal, en la actividad educativa, política y profesional.

A los jóvenes que descubren el llamado del Señor a la santidad en el camino del matrimonio, les pido que busquen siempre las exigencias del amor hermoso; que tengan relaciones afectivas sinceras y puras; que se preparen al matrimonio en la castidad y pureza. Jóvenes: no caigan en la tentación de reducir el amor a un mero placer egoísta y genital.

Con el Gran Papa, el Beato Juan Pablo II, les digo: “¡Queridos jóvenes amigos! ¡No os dejéis arrebatar esta riqueza! No grabéis un contenido deformado, empobrecido y falseado en el proyecto de vuestra vida: el amor «se complace en la verdad». Buscadla donde se encuentra de veras. Si es necesario, sed decididos en ir contra la corriente de las opiniones que circulan y de los «slogans» propagandísticos. No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias –tal como las encontráis en la enseñanza constante de la Iglesia– son capaces de convertir vuestro amor en un amor verdadero”.

A los padres de familia les pido que acojan con amor a cada hijo con el que sean bendecidos. Acójanlo desde el primer momento en que se enteran que ya esta viviendo en el vientre de su madre; denle todo su amor y protección ya que como ustedes, tiene el derecho sagrado e inviolable a vivir y a nacer. Igualmente les pido que vuestra unión esté santificada por el sacramento del matrimonio. Vuestro hijo por nacer tiene necesidad del amor estable de sus padres. De otro lado sin la gracia del sacramento matrimonio y de la Eucaristía dominical, les será muy difícil amarse como esposos, crecer en el amor fiel, educar a sus hijos en la fe y formar un hogar que sea cenáculo de amor y santuario de la vida.

Finalmente a ti mujer que de repente estas esperando un hijo y a la vez estás atravesando por una situación difícil o de confusión te digo con cariño: no caigas en la tentación de abortarlo. Nada justifica matar a tu hijo. No añadas al sufrimiento de matarlo el sufrimiento que vivirás después, porque relativamente fácil puede ser sacar a un hijo del vientre, pero muy difícil será sacarlo después de tu mente y corazón. Con la Beata Madre Teresa de Calcuta te digo: “No abortes. Dame a tu hijo. Por favor no mate a ese niño. Yo quiero a ese niño. Por favor denme a ese niño. Yo estoy dispuesta a aceptar cualquier niño que esté por ser abortado y dar este niño a una pareja que irá a amar al niño y ser amado por ella”.

Quiero concluir esta homilía con la oración inscrita al final de aquella placa a la “Memoria de los Niños Asesinados antes de Nacer” a la que hice mención al comienzo de mi homilía:

Padre de los Cielos.

Tú quisiste que fueran hijos tuyos.

Los encomendamos a tu misericordia para que los tengas junto a Ti.

Y te rogamos que concedas arrepentimiento y perdones a quienes les quitaron la vida.

Amén.

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