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Manipulación del lenguaje antivida

por María Valent

tomado de Arbil N° 53

En prácticamente todos los temas del campo de la bioética se está produciendo un acelerado y generalizado cambio de mentalidad, inducido por engaños y verdades a medias. Con estas confusiones se logra polarizar la opinión pública hacia los intereses de la cultura de la muerte (esto es: la defensa del aborto, la eutanasia, la instrumentalización de embriones, etc…) basada en un profundo desprecio hacia la vida humana, que se llega a contemplar como un objeto al servicio de los intereses de terceros (en el caso de la manipulación de embriones) o como un mal a aniquilar (en el caso de la eutanasia y el aborto)

Estos engaños se dan a través de diferentes tipos de argumentaciones:

1- Aquellas que nos hacen creer que la intención de estos actos es defender a las personas y sus derechos fundamentales (por ejemplo: el aborto como medio de preservar la dignidad de la mujer)

2- Las que niegan u ocultan las alternativas que permiten defender más eficaz y lícitamente esas mismas personas y esos mismos derechos (p.ej: en el campo de la medicina reparadora, ocultar que los resultados obtenidos con células madre de adulto son mucho más alentadores que los obtenidos con células madre procedentes de embriones).

3- Las que ignoran el mal, el dolor y el sufrimiento que tales acciones comportan (p.ej: las secuelas psicopatológicas del aborto en la mujer)

4- Aquellas que intentan negar la naturaleza humana del embrión (p.ej: alegar sin fundamento que el embrión no es vida, no es humano o no es más que un apéndice del cuerpo de la madre).

Para vehiculizar y disimular estas tergiversaciones se ha hecho uso (o abuso), del lenguaje: se han introducido nuevas palabras y expresiones de significados confusos o equívocos, que:

- Desvían la atención de la realidad objetiva y completa a la que se refieren,

- Ocultan las connotaciones que nos recuerdan lo que tienen de inhumano e

- Introducen engañosos matices con los que simular normalidad, inocuidad e incluso caridad.

Un ejemplo muy representativo de este tipo de manipulaciones es la sustitución de la palabra “aborto” por la expresión “interrupción voluntaria del embarazo”: este discreto cambio supone, en primer lugar, omitir la palabra “aborto” que tan dura suena (por ser tan explícita); en segundo lugar, aparta la atención del tema principal (la aniquilación del embrión o del feto) para centrarla en las actuaciones y las consecuencias sobre el cuerpo y la fisiología de la mujer que todo aborto supone. Además, incluye el adjetivo “voluntaria”, insistiendo en el hecho de que se trata de una decisión libremente tomada por una mujer, es decir, recalcando que, en realidad (o, mejor dicho, en apariencia), lo que se pretende defender es a la mujer, su dignidad y sus derechos.

Así, parecen olvidar que el embarazo es cosa de dos (del hijo y de la madre) y no sólo de la mujer; parecen olvidar también que un aborto supone, esencialmente, acabar con una vida humana (la más inocente e indefensa de todas) y no poner fin a un proceso fisiológico de la mujer como podría ser la digestión o el sueño.

Lo mismo sucede con otras tantas expresiones como “pre-embrión” (para referirse al embrión no implantado), “píldora del día después” (en lugar de fármaco abortivo cuyo mecanismo de acción consiste en impedir la implantación), “aborto terapéutico” (para denominar aquellos abortos que se practican por considerar que el embarazo y la maternidad suponen un elevado riesgo para la salud de la madre), “clonación terapéutica”, “eutanasia”, “prevención de la enfermedad” (refiriéndose a la aniquilación de los embriones que supuestamente padecen alguna patología), “salud reproductiva” (en lugar de estrategias para el control de la natalidad incluyendo anticoncepción, esterilización y aborto) y un larguísimo etcétera.

Muy concisa, sencilla y rigurosamente se ha escrito ya acerca de todos estos temas de ingente actualidad e importancia, de modo que no es intención de este artículo reflexionar ampliamente sobre ellos. Tan sólo pretende poner de relieve un sutil cambio de significados que ha llevado a legitimar el aborto y la manipulación de embriones: se trata de la falacia que permite concluir (erróneamente) que la destrucción del embrión no implantado es un tipo de anticoncepción, en lugar de un aborto.

Aclaraciones conceptuales

Antes de analizar las sucesivas confusiones que han permitido difundir esta paradoja, merece la pena aclarar o reafirmar varios conceptos relativos al inicio de la vida humana:

- Concepción: inicio del embarazo; se considera como tal el momento en que el espermatozoide penetra en el óvulo y forma un cigoto viable (acto o proceso de fertilización).

- Fecundación: acto o proceso de fertilización, es decir, fusión de ambos gametos: masculino (espermatozoide) y femenino (óvulo) dando lugar a un cigoto o embrión.

- Embarazo: proceso de gestación que abarca el crecimiento y desarrollo de un nuevo individuo dentro de una mujer, desde el momento de la concepción, a lo largo de los períodos embrionario y fetal hasta el nacimiento.

- Gestación: período de tiempo comprendido entre la fertilización del óvulo y el nacimiento.

- Inicio del embarazo: tal y como se deduce de las definiciones precedentes, el inicio del embarazo se corresponde con el momento de la fecundación o concepción; los tres términos (inicio del embarazo, concepción y fecundación) se refieren a una misma realidad, son, por lo tanto, equivalentes.

- Implantación: proceso por el que el embrión anida en el endometrio uterino de la madre, en cuyo espesor tendrá lugar todo el desarrollo posterior del embrión y del feto. El embrión inicia la implantación hacia el séptimo día desde la fecundación y la completa siete u ocho días después.

- Anticoncepción (o Contracepción): procedimiento o técnica para la “prevención” del embarazo mediante el uso de medicamentos, dispositivos o métodos que bloqueen o alteren uno o más de los procesos de reproducción de tal forma que el coito pueda realizarse sin fecundación. El sentido común y la etimología ya nos permiten deducir que se trata de impedir la concepción (o lo que es lo mismo, la fecundación).

- Aborto: finalización espontánea o inducida del embarazo (que, recordamos, se inicia en el momento de la fecundación) antes de que el feto haya alcanzado el desarrollo suficiente como para poder vivir después de su nacimiento.

- Interrupción del embarazo: el embarazo puede resultar interrumpido básicamente bajo tres circunstancias:

- Fisiológicamente en el momento del parto

- Patológicamente en caso de aborto “natural”

- De forma provocada en caso de aborto inducido artificialmente: habitualmente se utiliza la expresión “interrupción del embarazo” para referirse a éste último caso. Por lo tanto, “interrupción del embarazo” y “aborto” son equivalentes, tienen el mismo significado.

El origen de una extraña confusión

El hábil, malicioso y erróneo razonamiento que nos conduce a la paradójica conclusión ya mencionada (a saber: el considerar que el embarazo empieza en el momento de la implantación) se inicia con una reflexión acerca de las mujeres que conciben hijos en probetas en las clínicas de reproducción asistida. Dado que en estos casos la concepción (o fecundación) tiene lugar fuera del claustro materno, no parece lógico identificarla con el inicio del embarazo en la mujer, puesto que la nueva vida no empezará a gestarse en el vientre de su madre hasta que sea transferida desde el tubo de ensayo al endometrio de la mujer. En base a esta aguda apreciación, se empieza a difundir la idea de que el embarazo, propiamente, no se inicia en el momento de la concepción, sino en el momento de la implantación y esta artificial consideración se hace extensiva a todas las mujeres y a todos los embarazos, independientemente del modo (natural o in vitro) en que tenga lugar la concepción.

A mi juicio, esta conclusión es errónea y, por lo tanto, inaceptable. Pero en lugar de entretenernos en los motivos que justifican este rechazo, vamos a analizar las consecuencias de darla por válida en vez de repudiarla.

Los artífices de esta transformación del concepto “embarazo” deberían haber aclarado algunas consecuencias lingüísticas y conceptuales que se desprenden de tal tergiversación. Si consideramos que el embarazo empieza con la implantación, estamos diciendo que no se inicia con la concepción (o fecundación) y, consecuentemente, “anticoncepción” no equivale a “impedir que el embarazo tenga lugar” y “aborto” tampoco se identifica exactamente con “interrumpir el embarazo”. Intentaré aclarar este rompecabezas con algunos esquemas:

Tabla de equivalencias:

Si:
INICIO DEL EMBARAZO = FECUNDACIÓN

Entonces:
CONCEPCIÓN = INICIO DEL EMBARAZO

ANTICONCEPCIÓN = IMPEDIR EL EMBARAZO

ABORTO = INTERRUMPIR EL EMBARAZO

Si:
INICIO DEL EMBARAZO = IMPLANTACIÓN

Entonces:

CONCEPCIÓN no es INICIO DEL EMBARAZO

ANTICONCEPCIÓN no es IMPEDIR EL EMBARAZO

ABORTO no es INTERRUMPIR EL EMBARAZO

De modo que hemos llegado a una situación paradójica y muy confusa (y la confusión es el mejor caldo de cultivo para el engaño).

Según lo que se nos propone, toda interrupción de un embarazo, continuaría suponiendo un aborto; pero no todo aborto consistiría en interrumpir un embarazo (ya que impedir la implantación sería considerado un tipo de aborto con el que evitar que el embarazo se inicie en lugar de ponerle fin).

Paralelamente, todo mecanismo anticonceptivo, supondría impedir que el embarazo empezara; pero habría formas de evitar que el embarazo comenzara que no serían anticonceptivas sino abortivas (otra vez, nos encontramos en el caso de los fármacos que no permiten la implantación: impedirían que el embarazo se iniciara al provocar la muerte del embrión no implantado, es decir, abortándolo).

Un engaño y tres contradicciones

Esta segunda manipulación semántica a la que me he referido consiste en aceptar que el embarazo comienza con la implantación del embrión pero sin renunciar a las equivalencias que sólo son ciertas si consideramos que se inicia con la fecundación. Es una paradoja que se resuelve mediante un ejercicio de lógica aristotélica: los que promueven el fraudulento cambio de significados parten del segundo presupuesto (inicio del embarazo = implantación) pero dan por válidas las implicaciones que sólo se desprenden de la primera identidad (inicio del embarazo = fecundación).

Es decir, aceptan las siguientes equivalencias (a pesar de ser, la primera, incompatible o incluso excluyente con las otras tres):

INICIO DEL EMBARAZO = IMPLANTACIÓN

CONCEPCIÓN = INICIO DEL EMBARAZO

ANTICONCEPCIÓN = IMPEDIR EL EMBARAZO

ABORTO = INTERRUMPIR EL EMBARAZO

Merece la pena destacar que el engaño viene de mezclar ambos sistemas. Resulta muy sutil porque de las cuatro identidades, tres son completamente legítimas; sólo una es algo imprecisa, pero tampoco tanto como para sospechar que es el origen de graves confusiones.

De aquí que la aniquilación de los embriones no implantados reciba el cualificativo de “anticoncepción” y sólo se hable de “aborto” a partir de la anidación. Y todo ello sin necesidad de negar explícitamente que la vida humana aparece en el momento de la fecundación (que, dicho sea de paso, es una obviedad biológica).

Creo que no es necesario hacer más comentarios al respecto para demostrar que se trata de una simple, aunque astuta, tergiversación semántica y conceptual.

Las consecuencias de una “sutil imprecisión”

Como resultado de estas deshonestas maniobras, indirectamente (implícitamente), se le ha arrebatado al embrión no implantado su condición de ser humano, de modo que su destrucción o manipulación no se contempla como un delito. Esta falta de reconocimiento de la naturaleza del embrión conlleva dos importantes consecuencias:

- legitimar todo tipo de manipulación sobre embriones humanos no implantados: si destruirlos sin más no supone ningún delito, será todavía menos punible el aprovecharlos para curar enfermedades o sacar cualquier otro beneficio, ¿no?

- introducir el aborto en una sociedad como una práctica no sólo no punible, sino ni siquiera indeseable. La destrucción del embrión no implantado queda como un método más dentro de las técnicas de regulación de la fertilidad, reducida al ámbito de la intimidad de la mujer o la pareja. De modo que la vida o la muerte del embrión sólo dependa de la decisión personal de la madre (decisión hacia la cual el resto de ciudadanos debemos permanecer indiferentes). Esta situación es de extrema gravedad, puesto que no sólo se promueve el aborto sino que se induce a las mujeres a abortar sin que apenas tengan conciencia de ello.

Evidentemente, este sofisma no es el único ni el más desatinado engaño de todos los que se están usando para promover el aborto y la manipulación de embriones. Pero resulta que es de los pocos que no ha generado convulsas discusiones, pues se ha introducido de un modo silente, discreto, pacífico; a pesar de ello, ha sido “impuesto” de un modo taxativo (de acuerdo con lo que dictan las instituciones sanitarias pertinentes, hoy por hoy, lo “correcto” es considerar que la concepción y el inicio del embarazo tienen lugar en el momento de la implantación y, de este modo, los fármacos que impiden la implantación (las eufemísticamente llamadas “píldoras del día después”), son médica y legalmente considerados como anticonceptivos).

Este cambio semántico ha pasado poco menos que desapercibido; nadie parece haberse dado cuenta (y a los pocos que se han percatado les llaman meticulosos, pedantes y escrupulosos, como si no tuvieran otra cosa más que hacer que buscar las tres patas al gato).

A pesar de esta aparente ignorancia e inconsciencia, lo cierto es que el conjunto de la sociedad va asumiendo los nuevos significados sin reparar en las consecuencias que de ellos se derivan. Ello conduce a una progresiva desensibilización respecto el aborto y la instrumentalización de embriones humanos, y una creciente dificultad para distinguir los límites y las diferencias entre anticoncepción y aborto o entre reprogramar células madre de adulto y transformar un embrión humano en un montón de células. Así, como consecuencia de este atontamiento general, cuando los medios de comunicación anuncian que ya está disponible la “píldora del día después”, un nuevo fármaco “anticonceptivo”, a nadie le resulta alarmante o escandaloso, porque la gente entiende el término “anticoncepción” en su sentido original y legítimo (es decir: “que impide la fecundación”); de igual modo, cuando nos informan de los supuestos beneficios terapéuticos que puede proporcionar el investigar con pre-embriones, nadie se rasga las vestiduras, pues se interpreta que no se está jugueteando con auténticos embriones humanos, sino con células dispersas que nada tienen que ver con una nueva vida humana.

La indiferencia social hacia el aborto y la manipulación de embriones afecta a todo tipo de abortos y a todo tipo de manipulaciones. No distingue entre el embrión de siete o diecisiete días de vida porque, el sentido común intuye lo que es una verdad como un templo: que la naturaleza del embrión no depende del tamaño o del grado de desarrollo (igual que la dignidad de las personas ya nacidas no está en función de su peso, su inteligencia o su edad).

Es coherente y justo dar el mismo trato a todos los seres humanos concebidos pero aun no nacidos, independientemente del estadío de desarrollo en que se encuentren, puesto que ontológicamente, son lo mismo. Pero esa naturaleza común, la comparten también con todas las personas humanas ya nacidas, de modo que lo que merecen de acuerdo a su condición, es que se reconozca la dignidad que poseen, se les respete, se los proteja y sean amados por ellos mismos (especialmente por parte de sus progenitores).

Pero mucho me temo que no van a ir por aquí los tiros: sospecho (ojalá que erróneamente) que el reconocer la idéntica naturaleza de embriones y fetos con independencia de si están o no implantados, más bien allanará el camino hacia la completa permisión del aborto, sin ningún tipo de restricción ni sanción. Puestos a darles el mismo trato, dejemos de proteger a los fetos implantados de igual modo que hemos dejado de amparar al embrión no implantado y ampliemos el intervalo de tiempo en que la mujer conserva la libertad de decidir si quiere o no llegar a ser madre. Es posible que hasta llegue a considerarse el aborto como un derecho inalienable de la mujer (del mismo modo que tiene derecho a controlar su fertilidad usando anticonceptivos y, hoy en día, abortivos “de emergencia” que impidan la implantación). Es cuestión de tiempo.

Las contínuas tergiversaciones y la perpetua confusión que requiere la promoción del aborto y la manipulación de embriones resulta muy reveladora: no puede ser bueno lo que necesita de la mentira para triunfar. Al constatar esta dependencia del engaño, resulta más fácil tomar conciencia de su verdadera naturaleza (ataque contra la vida y la dignidad humanas) así como reafirmar el compromiso de combatir la cultura de la muerte difundiendo la verdad (es decir: lo que las cosas son).