Cuando se viola el principio del derecho a la vida, tarde o temprano, esa ruptura irá contra aquellos la violaron. Si alguien decide quién debe vivir o quién debe morir, ¿por qué no llegará el momento en que alguien decida si yo debo vivir o morir? El regimen nazi comenzó con la eliminación de los más débiles, de los inútiles a sus ojos, de los que no podían defenderse para luego pasar a grupos humanos minoritarios como los gitanos, para luego seguir con los judíos y a todo aquellos que se le oponían. Recordemos la conocida poesía de Bertold Brecht:
“Primero cogieron a los comunistas,
y yo no dije nada por que yo no era un comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí,
no quedaba nadie para protestar”.
Pero la lógica es simple: si uno decide sobre la vida del niño que está sobre el vientre de su madre, puede decidir dejarlo vivir sólo si es deseado o no, si está sano o no, puede decidir dejarlo vivir si es sólo hombre y así sucesivamente hasta que se salve o se condene por algo tan trivial como el color de sus ojos. El hijo, la vida del otro, se convierte en propiedad. Y eso está pasando en la India en larga escala gracias al aborto selectivo de niñas en el seno materno. Lo que para las feministas proaborto era un derecho adquirido regresa como una cachetada en forma de la más terrible discriminación hacia el valor y dignidad de la mujer.
Esta situación que viene arrastrando la India llevó a la aséptica revista The Economist el 2010 a realizar un informe al respecto. The Economist considera legal el aborto pero encuentra sumamente preocupante lo que pasa en India y otros países asiáticos con lo que se puede considerar el mayor feminicidio de la historia de la humanidad (leer el artículo “The worldwide war on baby girls“).
La conciencia global del problema fue develado en 1990 por el indio Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, con un famoso artículo titulado: ” Más de 100 millones de mujeres faltan”. Sen calculó que alrededor de de esta cifra de mujeres son las que han sido eliminadas en Asia debido al aborto sexual selectivo, el infanticidio o la nutrición inadecuada durante la primera infancia.
Pero estamos en la punta del iceberg.
Según cálculos y estimaciones tibias, en los último 30 años sólo en India se han abortado 12 millones de niñas, de la cual la mitad de esos abortos selectivos se han producido en los últimos diez años, cuando se ha registrado una mayor generalización de las técnicas para saber de antemano el sexo del feto. Un nuevo tipo de genocidio. Frente a este problema, el Gobierno indio impulsó al inicio, en 1996, una ley por la que se prohibía revelar a los futuros padres el sexo de los fetos para evitar ese tipo de abortos, pero fracasó. “La efectividad de esta ley ha sido muy baja, algo que se aprecia en que se ha juzgado a muy pocos profesionales de la salud, ya que la norma es muy fácil de ignorar y las familias pueden ir a un médico y éste puede hacer un gesto para indicar a las familias si lo que esperan es niño o niña”, explicó Prabhat Jha, director de Centro de Investigación Global para la Salud (CGHR).
A la falta de niñas, se producen desbalances entre la relación de número de hombres y mujeres en estas sociedades asiáticas que llegan en ciertas zonas a ratios de 146 hombres por cada 100 mujeres. Esto produce que un significativo porcentaje de lo hombres en edad de casarse no consigan en sus regiones pareja. Es decir, que ahora el fenómeno afecta también a los hombres indios.
Estas tensiones sociales ya vienen produciendo graves consecuencias. La desproporción de la población masculina frente a la femenina ha llevado a casos de poliandria (mujeres que se ven obligadas a vivir con dos hombres), al incremento del turismo sexual, mientras otros predicen argumentos catastróficos como fenómenos de secuestros de mujeres para hacerlas esposas y el incremento de la violencia social (leer artículo).
Las consecuencias de un principio injusto son siempre imprevisibles y la naturaleza siempre termina tomándose el desquite.